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quinta-feira, 12 de janeiro de 2012

NOVIEMBRE ANTES DEL FIN DEL MUNDO (ESPANOL)


Noviembre me dio las alas que necesitaba
para rendirme ante todas las evidencias
de que esta tierra es terriblemente redonda.

Aquí, en la cáscara cerca de los Polos
me acuesto boca arriba y dejo que mi mirada se derrita
sobre el trópico que le hace contrapeso al mundo.
Me acuesto con los ojos cerrados en el siglo veintiuno
y recuerdo aquel siglo veinte que me hizo gusano
después de que nací mariposa.

Navego por las noches
entre las encrucijadas que desembarcan en mi cama
y con las espaldas llenas de salitre me preparo para hacer el viaje
que me llevará a descubrir las dudas
que me llenan de espejos las ganas de vivir.

Quién dice que no quiero respirar
ahora que tengo los pulmones más cerca de las narices?

Ahora que mis manos no están vacías
puedo reír y ostentar todos los huesos
que me nacieron en las fotos que hice de adolescente
y que me arrebataron el alma dentro de los negativos.

Creo por fin poder reírme de los peces de colores
mientras hoy sé que no soy más el mismo
después de que las verdades descubrieron el camino sin vuelta
que me llena el corazón de sangre y de esperanza.

Puedo acostarme sin correr el riesgo de caer
mientras la tierra da las vueltas de siempre,
donde las noches se transforman en aquellos días
que nos harán resurgir de los escombros y celadas,
así como el fénix con las alas quemadas
le dijo adiós a las cenizas que una vez condenaron sus esperanzas
cuando era rehén de los arrecifes y de los decretos.

Traigo una Isla metida en el bolsillo
desde que mis pies comenzaron a vivir en el borde del abismo,
desde que abrí los ojos dentro de un mar de consignas
dejado en herencia por los gendarmes comedores de huesos
que le tomaron por asalto los ríos y sus muebles de tierra.

Traigo esta Isla debajo de la piel
y creo que no cabe más ninguna desesperanza
dentro de los cartílagos de alma penada,
pues sus calles me llenaron de huecos la memoria
y no recuerdo cuándo fue el día que lancé la primera piedra
ni cuándo fue que descubrí los aviones y las bicicletas.

Por eso salgo por ahí cantando mis victorias
siempre que me doy la absolución
después de cometer los pecados de siempre.

Ahora que tengo sus árboles enraizados en el estómago,
crezco sin piedad en cada giro que el planeta da para consolarse
y ostento los días en que no viví dentro de sus ciudades
desde mi actual camarote con ventanas
en que bebo el vino con las manos cerradas.

Suerte la mía de haber podido encontrar a los amigos
que dejé hace unos años entre abrazos y tragos de ron,
aquellos que un día gané en la lotería, antes del diluvio
antes de decidir poner mis pies en polvorosa
de la tierra que no me engaña más
con sus horizontes vestidos de verde-olivo.

Todos los años atravieso las curvas de los continentes
cuando me siento harto de hacer el amor con el teléfono,
y así, veo a los ríos como las costuras que sostienen
la inmensa postilla que alimenta a mis células
y voy al encuentro de los pedazos de piel que dejé secando
para no morirme de hambre.

A partir de hoy
no me considero más inocente de nada,
no me canso de viajar por este mundo impaciente
que me cobra cada minuto con moneda dura.

A partir de hoy soy mi propio jardinero:
me podo solamente lo necesario,
lloro mis hojas en el suelo del cuerpo,
recojo las flores que me nacen en las ramas
                                  y planto mis raíces
en las mejores tierras que todavía creo merecer.

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