Recuerdo el día que vi tu mano adolescente
con dibujos de coleópteros tallados en los huesos,
enseguida conocí tu voz recién nacida
llenas de silencios músicas, dudas y sueños.
Cuando el océano era tu madriguera
ya Cuba estaba en el hueco de tu pecho
tal parecía que te llamaban desde el fondo
haciendo de ese fondo de rocas y algas, tu lecho.
Quiera Dios que tus sueños sean eternos
y corrijas desde el cielo los pasos que intentamos,
a pesar de que ya no somos más los mismos
todavía conservamos el calor de tus manos.
Hoy quiero incluirte en la marea de mi pecho
para mostrarte mis surcos y circunvoluciones,
para planear muchachas y tragos no bebidos
e idealizar nuestras propias patrias y revoluciones.
Esta tarde dos lágrimas me oxidaron la sonrisa
cuando vi tu cuerpo esconderse para siempre:
no tengo dudas que Dios tiene buenas intenciones,
pena que sus métodos no los entienda, muchas veces.
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